Nuestras vidas están entrelazadas constantemente con la narrativa, con las historias que contamos y que oímos contar, o con las que nos gustaría contar, todas ellas son reelaboradas en el relato de nuestra vida que nos contamos a nosotros mismos.
Vivimos inmersos en la narración y evaluación del significado de nuestras acciones, convirtiendo nuestras vivencias en relatos y esos relatos dan forma a nuestras vidas y a nuestras relaciones.
Desde este planteamiento, la terapia narrativa surgida de la terapia familiar, se postula que las familias cuentan de sí mismas una historia saturada de problemas que las definen y por las que se sienten definidas.
Esta historia sin embargo no presta atención a otras experiencias no problemáticas, o menos problemáticas, de la familia ya que no concuerdan con lo negativo que la historia mantiene (White y Epson 1990). Así pues aquello relacionado con las habilidades y los recursos que la familia tiene, está infravalorado y enterrado bajo los problemas.
A comienzos de los años 80, algunos terapeutas comenzaron a cambiar el foco de atención y la creencia de que centrarse sobre los problemas muchas veces oscurece los recursos y soluciones que residen dentro de los pacientes y empiezan a tratar el concepto de identidad personal como una construcción social fluida.
El terapeuta ya no es visto como la fuente de la solución y se comienza a entender que las soluciones a los problemas residen en la gente y en sus redes sociales.
La máxima del abordaje narrativo es: «La persona nunca es el problema, el problema es el problema.» Muchas de las creencias que mantenemos no son más que el gran bagaje cultural que es posible que hayamos absorbido, creencias de que no somos buenos, que sólo las mujeres delgadas son bellas, que un hombre de verdad sabe como mantener a una mujer, etc.
Es por ello que es importante aprender a reconocer el efecto negativo de esas creencias, y no verlas como una parte integrante de nosotros mismos. Esto es una de las más importantes aportaciones del enfoque narrativo, una especie de conversación liberadora que busca extraer o externalizar esos problemas y creencias.
En otras palabras, la externalización de un problema consiste en la separación lingüística del problema de la identidad personal del paciente. Una persona puede presentarse en la sesión de una manera que parezca decir «Hola, soy depresión, yo siempre he sido depresión y siempre lo seré.
Ya hace tiempo que se ha condenado el riesgo de etiquetar a la gente, llevando a una profecía que se cumple al considerar a las personas «borderline» o «esquizofrénico». Se ha argumentado que tales etiquetas estáticas y generalizadas, destruye la creencia de cada uno en la posibilidad de cambio.
Los terapeutas de familia y otros terapeutas, al comienzo, trataron de ignorar las etiquetas individuales o trataron de re-enmarcarlas como saliendo de procesos sistemáticos o interaccionales. Pero las etiquetas no desaparecen simplemente al ignorarlas, ya que los pacientes también dependen de ellas.
Mientras el terapeuta decide que es más fácil tratar a un niño «que no come» que a un «anoréxico», o a una persona que está «baja de energía» que a un » deprimido», en ocasiones estas etiquetas, o la falta de ellas, le dice al paciente que el terapeuta no lo comprende o no está escuchando: «Mi niño es hiperactivo y tiene un Desorden Deficitario de la Atención. ¿Me está diciendo usted que eso no existe? Este niño no es solamente energético, es hiperactivo!»
Las etiquetas generalmente le dan a los pacientes la idea de que la seriedad de sus problemas es aceptada, así como un sentimiento de hermandad con otros que padecen el mismo problema.
A través del uso de su técnica más conocida, la externalización, los terapeutas narrativos son capaces de aceptar el poder de las etiquetas, al mismo tiempo que evitan la trampa de reforzar el apego a las mismas. La externalización ofrece una manera de ver a los pacientes con una parte de ellos mismos no contaminada por los síntomas. Esto automáticamente crea una visión de la persona como no determinada y capaz de escoger y tomar decisiones en relación al problema. Las ideas de la terapia narrativa permiten, el surgimiento de respeto y autoestima no solamente para el paciente sino también para el terapeuta.
Es a través del uso cuidadoso del lenguaje en la conversación terapéutica, que la curación de la persona se inicia y finalmente se logra. Lo nuevo del abordaje narrativo, es que provee una secuencia útil de preguntas que producen un efecto liberador para las personas. Se produce así una re-narración de sus historias y se comenzará a asumir una visión externalizada del problema liberando a la persona y a los que se encuentran a su alrededor, e impidiendo identificar a una persona con el problema, al mismo tiempo que la motiva para el cambio.
Antes de poder cambiar la situación se Investiga como el problema ha afectado o dominado a la persona o la familia, esto permite aceptar el sufrimiento de la persona o del grupo y reconocer las limitaciones que el problema ha impuesto en sus vidas, además de proveer oportunidades para establecer más externalización.
Por ejemplo, «¿Cuando te convencieron los celos para que hicieras algo que lamentaste más adelante?» o «Qué tipo de mentiras te está contando la depresión sobre lo que tu vales?» El lenguaje usado no debe ser determinante: el problema nunca causa que la persona o la familia haga algo, solamente influye, invita, dice, trata de convencer, usa trampas, trata de reclutar, etc.
Este lenguaje, enfatiza la posibilidad de escoger de las personas y crea la posibilidad de responder por si mismo en vez de culparse. Si el problema invita, en vez de forzar, uno pudiera declinar la invitación. Este paso también aumenta la motivación. La familia y la persona se unen al terapeuta en la meta común de destronar al problema y su dominio sobre la persona y la familia.
Tras esto se pasa a descubrir y revivir los momentos cuando los pacientes no han sido dominado por el problema, y sus vidas no se han visto divididas por el mismo es aquí por tanto, donde la vida de la persona comienza a escribirse de nuevo. Se usa la evidencia de esta competencia individual para establecer puentes hacia donde la persona tiene una historia de vida diferente, una vida donde la persona es competente.
Finalmente, se inicia un proceso especulativo con la persona y la familia acerca del futuro que debe esperarse de esta persona competente y fuerte que ha emergido del proceso.