Teoría del Apego

La teoría del apego es una de las aportaciones más influyentes de la psicología evolutiva y que ha contado con gran desarrollo e investigación.  Esta concepción formulada inicialmente por John Bowlby, tiene un gran valor en el campo de la psicoterapia.

Partimos de la base de que para el recién nacido, el vínculo con un progenitor es un imperativo biológico, algo imprescindible para la supervivencia, para su desarrollo físico y emocional. Desde el nacimiento, el bebé lleva a cabo una serie de conductas que consisten en:

  • Buscar mantener la proximidad de la figura de apego,
  • Usar a esta figura como “base segura” para explorar  su entorno,
  • Buscar a esta figura como protección en situaciones de en momentos de peligro o alarma.

El fin de la conducta de apego no es solo la protección ante un peligro actual, sino la tranquilidad que aporta saber de la disponibilidad del cuidador, esto no es únicamente entendida como una disponibilidad física sino también emocional, tal y cómo se describe habitualmente una “seguridad sentida”.

Inicialmente Bowlby trabajó, con niños en situaciones extremas, que habían perdido o habían sido alejados de sus madres durante tiempo prolongado, o habían quedado sin hogar tras la segunda guerra mundial. Confirmó que la separación y la pérdida tenía a un gran efecto en el desarrollo de éstos niños, pero más allá de éstas situaciones traumáticas, empezó a prestar atención también a los efectos de una crianza persistentemente inadecuada.

La siguiente figura clave en el desarrollo de ésta teoría fue Mary Ainsworth, descubrió que este impulso biológico que es el sistema de apego, es maleable y que depende de la conducta de los cuidadores. La clave para la seguridad o la inseguridad está en los patrones de comunicación que se establecen la interacción entre la figura de apego y el niño.

Para intentar probar las hipótesis de Bowlby de manera empírica, Ainsworth contaba con la participación para estudio de 26 mujeres embarazadas, una vez naciera el bebé, se estudiaba y documentaba la interacción en casa durante el primer año de vida. Estas observaciones realizadas en USA, describían unos patrones de interacción que  coincidían  con un estudio previo realizado en Uganda.

Se diseñó una situación experimental para estudiar la interacción de estas madres y sus bebés que ya tenían 1 año de edad. Este ensayo de laboratorio, que fue conocido como la “situación extraña”,  consistía en observar el comportamiento de los bebés y sus madres estando en una habitación agradable con juguetes. En esta situación, se estudiaba el comportamiento  de exploración del bebé estando la madre y cuando a ésta se le hacía salir de la habitación y posteriormente se observaba qué ocurría cuando la madre volvía a la habitación y cuando en su lugar lo hacía una persona extraña para el bebé.

De estas observaciones, que han sido replicadas en numerosas ocasiones,  surgieron las primeras clasificaciones del apego en la infancia, los resultados permitieron establecer tres categorías en función del tipo de apego:

  • El apego seguro, lo mostraban aquellos bebés que exploraban la habitación en presencia de la madre, mostraban angustia cuando ésta se marchaba y  buscaban consuelo en ella y se calmaban rápidamente cuando la madre volvía. Las madres de estos niños y niñas los cogían en brazos cuando lloraban con ternura pero solo mientras el bebe lo deseara, interpretaban correctamente las pistas no verbales de sus hijos y se adaptaban a ellos.
  •      Los bebés que se denominaron de apego evitativo, seguían explorando la habitación tanto en presencia como en ausencia de la madre, y aparentemente no mostraban inquietud con su marcha, pero esto podría valorarse como tranquilidad erróneamente ya que sus medidas fisiológicas como el latido cardíaco y el nivel de cortisol (la hormona del estrés) eran elevados, solo conseguían expresar su angustia indirectamente,  era como si estos bebés hubiesen renunciado a la búsqueda de seguridad y cuidados por considerarla imposible o poco probable. Las madres de este grupo rechazaban los intentos de conexión, no mostraban expresión  emocional y los contactos físicos eran bruscos y escasos.
  •     La tercera categoría, el apego ambivalente, mostraban tanta preocupación por  localizar a la madre que dejaban de explorar la habitación, expresaban sus conductas de apego de manera muy amplificada. Algunos de estos niños tras el reencuentro, mostraban una actitud activa de contacto que oscilaba después a muestras de rechazo hacia la madre, mientras que a otros bebés de este grupo,  el reencuentro no ponía fín a la ansiedad por la búsqueda de sus madres, no conseguían calmarse. De la observación de éstas madres se extraía que sólo estaban disponibles ocasionalmente y de manera imprevisible para sus bebés y que por otro lado obstaculizaban la autonomía de sus hijos.

Posteriormente una alumna de Aynsworth, Mary Main describió una cuarta categoría que había pasado desapercibida, el apego desorganizado. Estos bebés mostraban reacciones extrañas y contradictorias ante su figura de apego, como retroceder y quedarse inmóviles ante el reencuentro, mostrando un estado de aturdimiento similar al trance.

Se observó que en estas situaciones la madre no solo no era fuente de refugio sino que era una fuente de peligro, en éstos niños sentían impulsos contradictorios de atracción / evitación. En éstas interacciones se observaban situaciones teñidas de ira, y situaciones en las que el bebé sentía el miedo de su madre, éstas madres fruto de sus propios conflictos internos,  mostraban temor o disociación ante las demandas de sus bebés.

Mary Main posteriormente descubre que ese impulso biológico inicial con el que nacemos, continua modelando nuestras experiencias posteriormente, tanto si están presentes nuestras figuras de apego como si no.  Para continuar el estudio del apego desarrollo lo que se denominó la Entrevista de Apego Adulto, en el que los padres y madres respondían en esta entrevista a cuestiones acerca de sus propias experiencias cuando fueron niños/as.

De las respuestas a esta entrevista, se pudieron delimitar cuatro categorías del estado anímico del adulto con respecto al apego, los considerados seguros, tenían un discurso coherente y colaborativo, describían sus situaciones de apego con objetividad tanto si éstas situaciones eran agradables como si no lo eran.

Los que se ubicaron en la categoría de negador, tenían un discurso con generalizaciones, negaban la importancia de los vínculos y las experiencias de apego, normalizaban cualquier episodio y lo explicaban con excesiva brevedad.

Por su parte los de estilo preocupado, no tienen un discursos coherentes en sus respuestas, con frases muy largas y enmarañadas, con expresiones vagas y se muestran enfadados,  temerosos o pasivos.

Por último los que se incluyen en la categoría de desorganizado/irresuelto, muestran lapsus en sus discursos, que hablan sobre pérdidas y abusos, muestran razonamientos sorprendentes y pueden mostrar estas disociados durante las respuestas.

Actualmente continúa la investigación acerca del apego con autores como Peter Fonagy, con su concepto de mentalización o función reflexiva, algo que considera esencial para el apego, esta capacidad de reflexionar sobre nuestra experiencia sin vernos absorbidos por ella, así un apego seguro permite una actitud reflexiva y distanciada de la realidad inmediata, algo que no pueden hacer aquellos que muestran un apego inseguro.

La teoría del apego sigue desarrollándose para beneficio de la psicoterapia ya que tal y como el propio Bowlby escribía…el papel del terapeuta es análogo al de una madre que ofrece a su hijo una base segura desde la que explorar el mundo.